Marisa Russo (Buenos Aires, Argentina, 1969). Poet, editor, literary entrepreneur, and adjunct professor at Hunter College, City University of New York. Master's degree in Hispanic and Peninsular Literature (Hunter College, CUNY). Doctoral candidate at the University of La Salle in Education, Costa Rica. Founder and CEO of Turrialba Literaria. Founder and Editor-in-Chief of Nueva York Poetry Press, co-founder and co-director of Nueva York Poetry Review. Director of the Latin American Poetry Festival Ciudad de Nueva York and president of FIP Turrialba, Costa Rica. Producer of the Rizoma Literario at Hunter College. Her work has been translated into different languages and is published in anthologies and literary magazines. She has participated as a guest in festivals, book fairs, conferences, and gatherings in the United States, Costa Rica, Nicaragua, Colombia, Ecuador, Mexico, Spain, and Argentina. In 2019, the International Women Poets Movement Grito de Mujer awarded her the "Winged Woman" award. Publications: El idioma de los parques / The Language of the Parks (2018) - Honorable Mention International Latino Book Awards: Best Poetry Book, Jardines Colgantes (2020), El cielo comienza en las raíces (2020), and La joven ombú (2023).
Prohibido hablar de la nieve
Me pudre
que hables de la nieve
sin padecerla.
Jamás has conquistado
el balance del abismo
sobre una cuerda helada
sin estrellarte
contra el cemento:
espejo fugaz
al contacto del sol
en caída triple axel.
No puedes nombrar la nieve
si no te duele
hasta la médula después de palearla
cuando dibujas en la acera
un camino de sal
para el desfile de malabaristas.
No puedes nombrar la nieve
si no te has deslizado
en los albores de su engaño.
No conoces los delirios
de los territorios de su gama.
No la creas virginal,
ella misma seduce
entre perlas y alabastros.
Se burla cuando haces
angelitos sobre ella.
No puedes nombrar la nieve
si no recuerdas una zanja de café
junto a una montaña de azufre
cuando entierra las ansias de un vecino
por llegar al trabajo.
No puedes nombrar la nieve.
sin recordar cómo crujen los huesos
y los nervios son un bosque
que no encuentran amparo en las raíces.
No puedes nombrar la nieve
si no recibiste la bendición de su maná
en la punta de la lengua,
ni sentiste que te besaba la nariz
mientras dejaba estrellas colgadas de tus pestañas.
No puedes nombrar la nieve
si tu tacto no se vuelve un manojo de estalactitas
mientras papitan medusales en las yemas
en busca de hogar en los bolsillos.
Stefani Joanne Angelina Germanotta
a.k.a. Lady GaGa’s Park
La tierra va a dar a luz un árbol.
Vicente Huidobro
Creíamos que Stefani no merecía una calle, ni una fuente, ni un lago, ni una fila de hormigas cruzando la Colombus. Pero ya ves, los parques son caprichosos. Zapatean con las cestas de merienda si escuchan un jazz. Señalan a cada uno de los árboles que cruzan la ciudad. Mientras Angelina levita en la sed de su tinto ellos bordan los encajes del poema que vestirá al Central Park el día de su boda con Gaga Park.
Esta tarde hay audición, las campanas de la catedral convocan hojas, ramas y rocío como extras del próximo vídeo de la Lady frente a la puerta del Joanne’s y en coro le susurran junto a su ángel: A star is born.
Rizoma del encantador
a Ricardo Russo
Papá ama los árboles. De niña imaginaba: “Es artesano de gigantes”. Me enseñó que nido es la primera palabra que los sauces pronuncian. Nitrógeno, raíz, corteza, se conjugan en su boca como un rizomal de mariposas.
En las islas del Tigre pensé que los árboles eran mis hermanos.
Una mañana de enero me dijo: “Debajo de este parque hay otro parque”. Aprendí que el cielo inicia en el entramado de raíces.
Los jardines colgantes de la abuela
El patio de Estela era un escenario de cortinas de hiedra. Desde ese refugio en el doceavo piso en Buenos Aires, ella lenguejeaba con Sábato, “No hay nada mejor que beber mate contigo”.
Un día, mientras pedaleaba la máquina de coser, me confesó que detestaba a Borges. No se lo dije, tenía Ficciones en el fondo de la mochila. Me sentí como quien oculta a un noviecito.
.La abuela jamás mateaba, tampoco leía a Borges ni conocía en persona a Sábato.
.Disfruto con un deleite oculto sus relatos. Me digo casi orando: “Ojalá algún día, pueda escalar sus enredaderas”.
……….
En este abril, entre Borges y yo, están las manos blancas de la abuela.
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