Jacqueline Loweree is a Mexican poet living in New York City. As an author of poetic collections like, El tiempo de la mariposa and El suicidio del escorpión, Jacqueline writes to share, through verse, her experience living with bipolar disorder in order to connect with those affected by a mental illness. Her latest compilation, Canciones de una urraca, will be published by Valparaíso Ediciones. Jacqueline earned a B.A. and M.A. in Anthropology and Sociology from the University of Texas at El Paso and has been practicing in the field of philanthropy as a researcher and strategist for more than ten years. Whether it’d be through numbers, business jargon, or verses Jacqueline works every day to advocate for empathy and compassion.
Los bipolares
Los bipolares se la pasan bailando,
solos, a las cuatro de la mañana
recorriendo calles oscuras.
Quienes los ven gozar les llaman locos
por bailar a música que no escuchan.
Ellos no comprenden que los bipolares
juegan en las selvas mientras ellos,
en sus jardines recortados,
beben té y de bombones se deleitan.
Los bipolares no comen,
tampoco duermen, porque
de palabras, caricias y miradas
se alimentan.
Los bipolares en versos se pierden,
recitando incomprensibles filosofías,
tropezándose con verdades a cada paso.
Después también se convierten
en una confluencia de artísticas sinfonías
citando los acertijos de Aristóteles,
los poemas de Neruda
y las cartas de Van Gogh.
Son días verdaderamente poéticos
porque sienten que la emoción,
como el sudor,
les brota por los poros,
drogados con las endorfinas
de sus mentes cautivas.
Abrumados viven
combatiendo la avalancha de pensamientos
que los aplasta en el peso de su hielo,
sofocándolos.
Justamente ahí es cuando empiezan
a perder su vínculo con la realidad.
Después de ahí,
los bipolares no se
hacen responsables porque
dejan de ser ellos.
Columpiándose
en un péndulo polar
oscilan de la dulce manía
a la oscura melancolía
bruscamente, y sin avisar,
ya que todo lo que sube
siempre tiene que bajar.
Pero los bipolares no bajan con cuidado.
A los bipolares les empuja el viento
y caen, golpeados, casi muertos.
Navegan solos en la niebla a ciegas,
confundidos, desorientados.
Todo les corre más lento
y andan por las calles llorando,
moribundos, casi paralizados en
fotos de blanco y negro.
Se atascan dentro de la interferencia
de dos canales.
Y con tanto ruido
los oídos se les aturden hasta que
escuchan solo sonidos amortiguados,
distantes, reprimidos.
Todo, o quizá poco,
lo llevan a cabo con más esfuerzo.
Por eso los bipolares
le pierden la esperanza a la vida.
Les desvanece el sentido.
La fuerza, resta vencida.
Los bipolares viven
en el perpetuo miedo de ser felices;
la felicidad los desgasta.
Ellos deben de conformarse a lo gris y
de la mediocridad tienen que sobrevivir,
aunque el litio opaque sus sentidos y los deje
huecos, insatisfechos, socavados
fantasmeando en cuentos sin resolución
hospedándose sin ningún anfitrión y
acostándose, amándose sin culminación.
Los bipolares viven
en el perpetuo miedo de crecer alas
y volar, volar, volar hasta llegar al sol
el cual, en su calor,
les derrite sus alas de cera
arrojándolos, como a Ícaro
lo dejó que muriera.
Ícaro, quien en su delirio vivió
pero como los bipolares sufrió
la consecuencia de llegar a ver al sol.
Garbanzos
Los garbanzos se dejan remojar
por varias horas, preferiblemente
por la mañana. Hay que agregarles
una hojita de laurel al cocerlos,
una pizca de sal y...
Los garbanzos deben quedar
perfectamente tiernitos,
no tanto para desbaratarse
al tocarlos, pero sí para
aplastarlos con un poco
de presión entre los dedos.
Con práctica aprenderás.
Admito que llevo años
de práctica y aún parezco
ser toda una novata.
Siempre me resultan duros,
impenetrables y fríos,
esos que al comer
te fracturan los dientes,
te rompen el corazón.
Es porque ellos
con un poco de presión
no se aplastan, explotan
y en el caos de la conmoción
avientan todo el jugo de
su veneno… hacia mí.
Después me toca la tarea de
limpiar, tallar, desinfectar
para fingir que nada sucedió.
Pero las paredes son testigos
de que no sé cocinar y
de que no me saben amar.
El pasillo
Más allá de la escalera,
a lo largo de un pasillo de puertas rotas
yace Esperanza entre escombros.
Oh, poderoso alguien, brinde
una luz sobre su miserable piel
que en la oscuridad su palidez
opaca, ya no brilla porque
su oscuridad es solo oscuridad,
su dolor es solo dolor.
Todo aquello que se desmoronó
se tiende destrozado, en pedazos,
a lo largo del pasillo de días olvidados
y semanas ausentes en vela.
En este lugar donde reside la noche,
no hay más que una luz, muy, muy lejana,
hacia el final del corredor…
Y de la forma más irónica,
de una manera algo cruel,
la luz a la Esperanza,
el camino de la Pérdida
ilumina.
Bipolar people
Bipolar people spend their time dancing,
alone, at four in the morning,
frolicking on dark streets.
Those who see them rejoice call them crazy
to be dancing to music they cannot hear.
They don't understand that bipolar people
play in the jungles while they,
in their trimmed gardens,
drink tea and delight in chocolates.
Bipolar people do not eat,
they don't sleep either, because
they feed off of
words, caresses, and gazes.
Bipolar people get lost in verses,
reciting incomprehensible philosophies,
stumbling upon truths at every step.
Then they turn
into a confluence of artistic symphonies
quoting Aristotle's riddles,
Neruda's poems,
and Van Gogh's letters.
These are truly poetic days
because they feel that emotion,
like sweat,
sprouts from their pores,
drugged with the endorphins
of their captive minds.
Overwhelmed they live
fighting the avalanche of thoughts
that crushes them with the weight of its ice,
suffocating them.
That's when they begin
to lose their grip of reality.
Afterward,
bipolar people cannot
be made responsible because
they cease to be themselves.
Swinging
on a polar pendulum
they oscillate from sweet mania
to dark melancholy
abruptly, and without warning,
since everything that ascends
must always descend.
But bipolar people don’t descend with caution.
Bipolar people are pushed by the wind
and they fall, beaten, almost dead.
They sail alone in the fog blindly,
confused, disoriented.
Everything runs slower
and they wander the streets crying,
dying, almost paralyzed in
black and white photos.
They get stuck in the interference
of two channels.
And with so much noise
their ears are stunned until
they hear only muffled sounds,
distant, repressed.
They carry everything out
with more effort.
That is why bipolar people
lose their hope to live.
Their sense vanishes.
Their strength remains defeated.
Bipolar people live
in the perpetual fear of being happy;
happiness wears them down.
They must conform to the gray and
of mediocrity must survive,
even if lithium blurs their senses
and spits them out
hollow, dissatisfied, meandering
like ghosts in stories without end,
seeking shelter without roof, and
making love without love.
Bipolar people live
in the perpetual fear to grow wings
and fly, fly, fly until they reach the sun
which, in its heat, will melt their wings
and toss them in the sky,
as it did with Icarus and let him die.
Icarus, who in his delirium lived
but as bipolar people suffered
the consequence of getting to see the sun.
Chickpeas
Chickpeas are left to soak
for several hours, preferably
in the morning. You must add
a bay leaf when in mid boil,
a pinch of salt, and...
Chickpeas must remain
perfectly tender,
not so much to fall apart
at the slightest touch, but enough to
be able to crush them with a tad of
pressure between the fingers.
With practice you will learn.
I admit that I have years
of practice and I still seem
to be a rookie.
They are always turn out hard,
Impenetrable, and cold,
and when you eat them,
they fracture your teeth,
they break your heart.
That’s because
with a little pressure
they do not crush but explode
and in the chaos of the commotion
they spit all of their
venomous juice... toward me.
Then I have the task to
wash, scrape, disinfect
to pretend that nothing happened.
But the walls bare witness
that I don't know how to cook and
that they don't know how to love me.
The Corridor
Beyond the stairway,
along a corridor of broken doors
lies Hope in rubble.
O, mighty someone, shine
a light on its wretched skin
that in darkness it’s paleness,
opaque, no longer glows because
its darkness is only darkness,
its pain is only pain.
And all that crumbled within
rests shattered, in pieces,
along the corridor of long-forgotten days
and sleepless-missing weeks.
In this place where night resides,
there is a but a light, far, far away,
toward the corridor’s end..
And in the most ironic fashion,
in a cruel sort of way,
the light to Hope,
the path of Loss
it illuminates.
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